Hace más de 150 años, en la esquina de Quintana y Junín, donde está La Biela, en pleno corazón del barrio de Recoleta, sólo había algunas casas, el convento de los monjes recoletos y la iglesia del Pilar, en cuyo atrio se oficiaban los sepelios, como era costumbre de la época. Casi dos siglos más tarde, Carlos Gutiérrez, socio gerente de La Biela y un enamorado del lugar cuenta la historia. Un privilegio que tiene Crónica, ya que este hombre, jovial y de perfil bajo, no es de dar notas.
“Desde 1820, en este lugar hay gastronomía, nos dice. Los terrenos fueron donados por el virrey del Río de la Plata a los peones. Hubo una famosa pulpería la del ‘Vasco’ Michelena. Después tuvo otro dueño, un gallego que, como la vereda era muy angosta, le llamaba La Viridita. Ese nombre acompañó a este lugar por años, después fue el Aerobar porque estaba enfrente de la Aeronáutica. En 1950 recién se llamó La Biela”.
-¿A quién se le ocurrió bautizarla así?
-Había una barra de corredores de autos, que los habían echado del bar de Cavia y Libertador. Aparecieron acá después de quedarse en una picada. Bitito Mieres con Ernesto Torquinst entraron y le dijeron al gallego: “Mirá, esta es una biela fundida”. A partir de ese momento le dieron el nombre al lugar.
-¿Cuándo empieza la época “tuerca”?
-En 1967, cuando los viernes hacían picadas, largaban desde acá, tomaban por Parera, Quintana y volvían a la puerta. Se juntaban 3.000 personas para seguir ese momento, hasta que hubo 4 o 5 muertos sobre Quintana. Ahí se terminó todo. Vino la policía, con gases y desalojó para siempre la calle. Acá había un rincón de los tuercas, donde se juntaban Eduardo “Tuqui” Casá, Juan Manuel Bordeu, Charly Menditeguy, Eduardo Copello, Gastón Perkins, el “Nene” García Veiga, todos y La Biela los invitaba. Hasta esponsoreábamos a algunos. Nos favorecía que había poca hotelería y todos los pilotos de Fórmula Uno se alojaban en el Alvear.
-¿Qué hace cuando los reyes de España, sin avisar, pasaron a tomar un cafecito?
-Son las personas más sencillas que hay. Nada de protocolo. Yo estuve en La Zarzuela y me han recibido como amigo. Juan Carlos es muy humilde, sencillo, ha venido acá como si nada.
-Los empresarios experimentados dicen que para aprender alguna vez hay que fundirse.
-Estuvimos a punto. Fue en la época del gobierno de Juan Carlos Onganía. Sacó la ley de desalojo. Nosotros alquilábamos esta propiedad y terminábamos de hacer la obra del restaurante que estaba al lado. Los propietarios eran de las Bodegas Santa Ana, teníamos que pagar lo que pedían o irnos. Terminamos pagando 205 millones de pesos, que eran una fortuna. Todos habíamos hipotecado las casas, pedimos créditos. Por tres o cuatro años, yo estaba al mediodía en el restaurante, a las 16 en la barra, hacía de barman, me quedaba con las propinas, a la hora de la cena volvía al restaurante y después aquí otra vez a esperar a los que venían de las galas del gran abono del Colón. No paraba nunca. Así salimos a flote.
-¿Cuál es el secreto para ser un buen barman?
-Me acuerdo de mi maestro, Manolete, quien me tomó examen, no se te podía caer ni una gota porque tenías que hacer todo de vuela. Uno es psicólogo porque a la barra llega gente sola y cuenta sus problemas. Hay que ser amable, trabajar rápido y hacer las preguntas justas.
-Acá se ven siempre los mismos mozos: ¿Cuánto hace que no toman uno?
-Desde 1994, con la última reforma. Tienen que tener vocación de mozo. No debe ser una changa. Acá a la mañana conocen el nombre de cada uno de los clientes y cuáles son sus preferencias. Les dejan mensajes para la secretaria, la señora, otro amigo, recados. Una vez al año se hacen cursos intensivos de ventas, atención al cliente y afuera se capacitan en inglés. Todos lo hablan bien.
-Carlos, en pocas palabras, ¿qué significa La Biela para usted?
-Es todo en mi vida. El cariño que le tengo salta a la vista.
Fuente Diario Crónica: http://www.cronica.com.ar/diario/2011/05/03/4367-la-biela-el-bar-tuerca-de-recoleta-cuenta-su-historia.html